Esta vez no, esta vez vuelve a abusar de la protagonista chilena madura, liberada y súper inteligente a la que no pone su nombre porque todavía conserva un vestigio de pudor, pero que es muy cansina.
Omnipresente en casi todas sus novelas en forma de madre, abuela, chamán, profesora de universidad o madame de un burdel. Da igual, siempre el mismo personaje, tiene más versiones que el Seat Ibiza, siempre divorciada porque una mujer que se precie se basta sola. Poseedora de la suprema sabiduría que otorgan la experiencia y el sufrimiento, que adopta a la invariable contraparte femenina e inexperta como un Caballero Jedi a su joven Padawan.
En este caso se repite el patrón, mujer sesentona chilena, liberada, inteligente hasta decir basta que toma bajo su protección a una pobre inmigrante guatemalteca, medio analfabeta y tartamuda que se ha visto envuelta sin saber como en un asesinato tontisimo. Cuenta con la inestimable ayuda de un profesor de universidad más bien zote, que sufre de úlcera de estómago, hipocondríaco y que únicamente sirve para añadir tensión sexual a la obra.
No destripo el argumento que luego siempre me riñen, pero no es precisamente de morderte las uñas de los nervios. Isabel Allende cuenta que ella siempre empieza los libros un 8 de enero. Claramente esta vez se encontró con la fecha encima y ni una idea decente que llevar al papel.
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